El fenómeno climático La Niña reaparece con fuerza y pone en alerta al campo argentino. Con lluvias escasas, suelos agotados y temperaturas extremas, el país enfrenta un nuevo ciclo de estrés hídrico que podría afectar la producción agrícola y ganadera. Los especialistas advierten que el desafío no es solo pronosticar el clima, sino aprender a convivir con su variabilidad.
En Argentina, hablar de La Niña es hablar de sequía, preocupación y estrategias de supervivencia. El fenómeno climático, caracterizado por el enfriamiento de las aguas del océano Pacífico ecuatorial, vuelve a hacerse sentir en el territorio nacional y amenaza con repetir un patrón que el campo conoce demasiado bien: menos lluvias, más calor y mayores riesgos para los cultivos.
El fenómeno La Niña y su efecto en el país
Cuando las aguas del Pacífico se enfrían, los vientos alisios se intensifican y desplazan las lluvias hacia el norte del continente. Esa alteración atmosférica reduce las precipitaciones en el centro y norte argentino, especialmente en regiones agrícolas clave como la Pampa Húmeda, el Litoral y el norte bonaerense.
El resultado es un escenario de estrés hídrico que afecta tanto a los cultivos de verano —soja, maíz y girasol— como a las pasturas destinadas a la ganadería. En provincias como Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos, los productores ya observan señales de alerta en los perfiles de humedad del suelo, que comienzan a mostrar déficit incluso antes del inicio pleno de la siembra.
Según el Servicio Meteorologico Nacional (SMN) los indicadores oceánicos y atmosféricos confirman que La Niña se encuentra nuevamente activa, con alta probabilidad de mantenerse durante el verano 2025/26. Esto implicaría un régimen de lluvias inferior al promedio y temperaturas más extremas, sobre todo en el norte y centro del país.
La adaptación, una necesidad urgente
El cambio climático amplifica los efectos de fenómenos como La Niña. Por eso, los expertos insisten en la necesidad de adaptar los sistemas productivos: mejorar la eficiencia del riego, conservar los suelos, diversificar cultivos y desarrollar variedades más resistentes al estrés hídrico.
Proyectos impulsados por el INTA, universidades y consorcios regionales apuntan en esa dirección, promoviendo prácticas como la siembra directa, la cobertura vegetal permanente y el almacenamiento de agua de lluvia. Sin embargo, los avances aún son desiguales y dependen de la inversión pública y privada.
Mirar el cielo, pero también el suelo
Argentina aprendió a convivir con la variabilidad climática, pero La Niña sigue siendo un recordatorio de su vulnerabilidad estructural. Cada evento expone la necesidad de una política hídrica integral, que contemple desde la infraestructura de riego hasta la gestión de cuencas y el apoyo financiero a productores afectados.
Mientras tanto, los pronósticos son seguidos día a día por productores y técnicos que miran al cielo con la esperanza de que las lluvias regresen a tiempo. En un país donde el clima puede definir una campaña entera, La Niña es más que un fenómeno meteorológico: es una prueba de resistencia nacional.